El ser humano a través de su “corta”
existencia en la amplitud de la historia de la vida en la tierra, ha siempre
plasmado su preocupación y necesidad por conocer su origen, quién es y porqué
está aquí; pero no puede previamente hacerse estos cuestionamientos sin antes
gozar del atributo sine qua non por excelencia en el hombre y que sólo él mismo
extiende en su totalidad desde lo quimérico hasta la crueldad de una realidad
álgida, a esto es lo que llamamos: conciencia.
La
conciencia, es una propiedad del
espíritu humano que permite reconocerse en los
atributos esenciales de todo
cuanto existe, una probanza práctica que se hace manifiesta en un sentido de
coherencia y conformidad por el que las cosas de nuestro mundo orgánico
tangible se hacen posibles. Asimismo, podemos deducir que la materia solamente
corresponde con un nivel de la realidad orgánica próxima e inmediata en tiempo
y lugar, en la cual se recrean las condiciones necesarias para que exista ésta
per se; y el otro nivel es el de la conciencia y sus manifestaciones de
conducta humana que no excluyen de manera alguna su punto de casualidad en la
materia, pues las hace apreciables de primer momento al hombre mismo, pero que
trasciende esa realidad para colocarse sobre ella, y engendrarse en un plano
alterno y paralelo sine que non, en el que posibilita una dimensión de
concebir conocimiento reflexivo de las cosas y de la actividad mental
que sólo le es propio y accesible al sujeto determinado, y por tanto se convierte
en un proceso individual en estricto sentido, pues la experiencia ordenada en
la realidad material y orgánica es y debe ser exclusiva del ente de quien el
estado de conciencia y no puede ser de otra manera, psíquicamente resultaría
imposible; es por eso, que desde
afuera, no
pueden conocerse los detalles de lo consciente.
La conciencia, hasta nuestro días, es
considerado como un gran enigma, y no es para menos, pues cada día a mi
parecer, nos alejamos más de ella y en consecuencia, no logramos entendernos ni
percibirnos en nuestra realidad inmediata y voraz, pues nos mantenemos como
entes rodantes y mecánicos gracias a la rutina, a la tecnología y a la soberbia
e individualidad en que el hombre contemporáneo se ha encapsulado. Un conocido
refrán acertadamente indica - “La conciencia es, a la vez, testigo,
fiscal y juez”- pues es nuestro motor de vigilancia interno, que sojuzga con
tremendo paso psíquico sobre nuestras acciones y pensamientos, ya desde la
primitiva concepción de un solo pensamiento la conciencia lo aborda para no
dejarlo escapar, pero por supuesto en ocasiones somos tan hábiles que logramos
dormirla y dominarla por unos momentos para jugar con interesante estrategia de
reto a la conciencia misma; la conciencia es formada por un conjunto integral
de percepciones, sentimientos y pensamientos que poseen los seres humanos
respecto al entorno que le es propio en un tiempo y lugar determinado, pero ¿El
hombre moderno es verdaderamente consciente de sí y de su realidad, o
simplemente ahora posee una conciencia tecnológicamente mecánica y distante?
La conciencia es un acto de esencia
puramente psíquica por el cual una persona se percibe a sí misma en el mundo real que le rodea, con las
condiciones todas necesarias para ubicarse al menos en un tiempo y lugar sui
generis. El hombre primitivo asimismo poseía una
conciencia de igual manera primitiva, y que en la primigenia potencia de su
desarrollo natural e intelectual, le permitió irse dando cuenta de lo que su
entorno era, de lo que ocurría ahí y de los elementos que le eran propios y
distinguibles de cualquier otra criatura con la que cual pudiera convivir,
incluso atendiendo a la posibilidad de ubicarse a sí mismo dentro de su
realidad natural como miembro de una especie con características físicas
similares y que convergían en un mismo grupo, pues me atrevo a decir con cierta
seguridad, que los primeros miembros en desarrollar, dentro del sistema de
evolución natural propuesto, una capacidad racional que le fuera superior a la
de sus contemporáneos, que de manera infalible desarrolló la capacidad de
conciencia, y por tanto pudo en un primer momento distinguirse de entre sus
iguales, que al poder estar consciente de su entorno pudo comenzar a
manipularlo y con ello obtener la condición de líder de su grupo. He aquí donde
radica la esencia de un buen líder, que la conciencia le permita contemplar su
entorno o realidad y de ello pretender manipular o hacer cambiar las
circunstancias que permitan el desarrollo íntegro de su grupo.
Por otro lado, el hombre contemporáneo, a diferencia del
primitivo, ha desarrollado a través de los recientes siglos, una conciencia que
si bien en esencia contiene los mismos elementos que la conciencia primitiva –
pues sin estos no podría ser- pero que ahora a diferencia de la primera, la
realidad de la que se hace sabedor es mucho más compleja que en los inicios de
la era del hombre, pues siendo hoy en día la era del conocimiento y la
información, se debe atender así también al constante bombardeo de la misma y a
la actualización diaria de esa realidad, porque ahora pareciera ser que cada
día que transcurre se crea una nueva realidad, pero es en verdad ahora una
conciencia también mecánica y tecnológica, en la que nos ha acercado a una realidad orgánica y tangible inmediata a
cualquiera de nosotros y que generamos una “conciencia colectiva” respecto del
mundo, pero no nos ha permitido ahora
acercarnos a nuestra realidad personalísima, a esa realidad que cada uno de nosotros
componemos para sí mismos y que nos compone esencialmente como individuos; nos
hemos olvidado de nosotros para dedicarnos a “lo otro”, permanecemos en
nosotros pero hemos salido de sí, debemos salir pero regresar y no quedarnos
fuera de nuestra realidad primigenia e inmediata por excelencia, que es nuestra
persona misma, hemos olvidado que la conciencia humana ese precisamente, la
capacidad de percibirnos “como individuos” frente a las condiciones y
circunstancias del mundo que nos hará más fuertes o más débiles, según tengamos
la disposición de así poderlo ser.
Decía Henry Fielding – “Conciencia,
la única cosa incorruptible sobre nosotros.”- y a la única conclusión que me
lleva esta frase del novelista inglés, es a deducir que he aquí entonces donde la
solución a la desgracia del hombre radica, en él mismo se conserva su nobleza y
pureza racional, pues la conciencia es la más pura razón y la sublime esencia
del hombre.