“La valentía unida a la inteligencia es la madre de
todos los éxitos en este mundo, para iniciar, uno debe conocer, para cumplir
uno debe querer, para querer realmente hay que atreverse, y para recoger en paz
los frutos de la propia audacia hay que mantener el silencio […]” –son las palabras de Alphonse Louis Constant, mejor conocido como Eliphas Levi, dentro su
texto titulado La Clave de los Misterios.
- SABER, ¿Qué es esto?, es la sabiduría, la ciencia y el conocimiento
mismo; la inteligencia, nuestra perpetua herramienta y condición sine qua
non humana, la que nos permite vislumbrar y discernir en las complejidades
del sendero en la vida del iniciado, de los misterios y los utensilios del
constructor. Por el camino de la vida, el SABER, le permite al ser humano en su eterna condición de la búsqueda del concocimiento, perpetuar y
adminicular dos deberes aparejados: la investigación de la verdad y el
respeto a la ley. SABER, requiere del proceso de desmitificar la realidad,
de alcanzar la verdad como meta final de realización cognoscitiva, en la
que no hay cabida para la dogmática del conocimiento, pero sí para
edificación de convicciones propias, tarea a la que el hombre mismo está llamado;
la verdad está oculta, pues resulta tarea de éste hallarla en sí mismo
y en el cosmos, eliminando toda clase de imperfecciones que la falseen. Al
resultar una convicción de disciplina en la su vida, las leyes
le resultarán a bien saber, parte de esa disciplina del hombre y del
ciudadano, conociendo que existe un pacto social que asegura el orden y
sana convivencia, que no hay cabida para una anarquía total pero sí para
una revolución de pensamiento y acción profunda; el respeto a la ley es imprescindible
para todo hombre de la polis. Dentro y fuera del taller vivencial, las leyes de comunión
fraternal y las reglas positivas de convivencia y cohesión social, son del
SABER que le permite comprender, la comprensión le permite la convicción y
ésta le permite el respeto y sometimiento a las mismas, pero no le impide
cuestionarlas y mejorarlas, siempre con el único fin de ser justos entre
los iguales, tal y como lo conceptuaría Aristóteles en la Ética
Nicomaquea.
- QUERER, es el deseo y apetito de comenzar, continuar o concluir. Es la permanencia en la decisión y en primer punto, es voluntad misma de acción, y la libertad misma de decisión, es el verbo que más accionamos, y el eje de todo, pues si no se quiere, no se tiene ni se hace, si no se quiere no se continua ni se concluye, si no se quiere no se trasciende, porque lo único que no queremos –entendiendo el “querer” como capacidad de elección- es nacer, aunque casualmente si podemos “querer” morir. De ese querer, significa la persistencia en el ideal activo en nuestro trabajo de vida, en la voluntad ideal del grado correspondiente de no desviar el rumbo y perpetuar la decisión se seguir. En ese QUERER residen dos deberes adminiculados del aprendiz: el de realización y el de fraternidad. Por ellos podemos decir que a través de ese QUERER respecto de la trascendencia, un aspecto importante es no seguir la imperfección social y humana a través de sus males que frenan la expectativa real y la tarea común de los hombres, el ser humano debe ir más allá de ello, pues en su tarea constante de pulido de la piedra (su persona), debe a bien no imitar las acciones de imperfección pero sí corregirlas en la medida de sus posibilidades humanas y cognoscitivas, pues no se debe compartir la indiferencia ante la desigualdad, la injusticia y la ignorancia. Es esto la fraternidad entre los hombres, en la que la debilidad del hermano de junto no sea el obstáculo sino por el contrario, el objetivo de desaparecerla y convertirla en fortaleza, o quizá en la virtud misma. La realización, contemplará el hecho de algo real o efectivo, y eso mismo será lo que le conceda la trascendencia misma a la que aspiró por su QUERER en esa constante voluntad de proseguir y comunión de la cohesión en el taller de la vida.
- OSAR, un valor que no todos tenemos, pero que podemos elegir disfrutarlo, es el atrevimiento mismo. Todos los aquí presentes, sin duda osamos, es decir, nos atrevimos. ¿Por qué?- por el hecho de de haber elegido de voluntad propia atrevernos a nacer de nuevo, a nacer al camino de una trascendencia integral, a buscar lo anhelado, a eliminar lo innecesario, a la búsqueda de lo que parecía prohibido y a la eterna lucha contra el miedo y la duda. Es una experiencia de primer momento apresurada y confundida, pero que el tiempo mismo lo modera y la razón lo adecua, como lo dice el libro de Ecleciastés “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”, y bajo el cielo y el cosmos nos encontramos, hermanos míos, trabajando, en el correr del tiempo y en el atrevimiento de la completa visión del hombre vocacionado a su entera perfección, es decir, que pretende OSAR a su metamorfosis integral. Desprendido de ello, y en estrecha relación, resalta en esta grada el deber de todo hombre virtuoso: la justicia. Entendida ésta como la virtud máxime del hombre: obrar en razón o tratar a alguien según su mérito, sin atender a otro motivo, pues habiéndola alcanzado en su plenitud, la verdad le es revelada producto de su constante trabajo y perfeccionamiento. La justicia viene acompañada indudablemente de la sabiduría, una aspiración más del ser humano por naturaleza.
- CALLAR, una virtud que pocos pueden presumir, pues la prudencia es
la herramienta que la acciona, y debemos ser virtuosos de ella para que el
silencio reine en la medida de nuestras palabras, que escapar de nosotros para jamás volver.
El que es prudente su sabio silencio lo delata, sin gritarle al mundo que
ha callado, escucha y se limita a ello estrictamente, pues sus palabras
llegaran en el tiempo y modo correcto. Una virtud humana, que
la adoptamos a nuestros reglamentos, pero que muchas veces ignoramos
accionarla. ¿Cuántos de aquí hemos sido imprudentes y ruidosos de nuestros
albores en la vida misma, y que nos jactamos de sabios,
cuando nuestras palabras hablan lo contrario y nuestro silencio no nos
puede defender? A ello, devienen finalmente dos deberes de todo hombre sabio y prudente: la discreción y el secreto.
Privarse de hablar para limitarse a escuchar, es ahí cuando dejamos de ser
virtuosos y nos damos cuenta que somos viciosos en una adulación que no
nos permite disciplinarnos cuando se desea aprender a pensar a través del prudente
silencio de mi boca, pues bien se dice que “El sabio piensa mucho y habla
poco”, no se extiende esta visión a un silencio permanente, sino a la
adecuada ocasión en que el silencio sea nuestro mejor aliado en la medida
en que nuestras palabras sean bien pensadas y expuestas en el momento
oportuno.
Tareas titánicas todas
las tratadas anteriormente, y que sin duda nos pueden llevar la vida misma
entenderlas y aplicarlas, somos seres humanos perfectibles más no perfectos,
pero en ese grado de la perfectibilidad cabe la estricta posibilidad de ser
mejores y aspirar a la virtud:
SABER cuál es tu camino,
QUERER tu propio destino,
OSAR en el presente, y
CALLAR prudentemente.
Es cuánto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario