A lo largo del paso del hombre por este mundo, grandes han sido las
civilizaciones que han habitado las tierras y asentado su sociedad, el orden
fue llegando poco a poco, pues en la misma naturaleza el orden es perfecto aún
ante la destrucción, el hombre al concebirse como un ser de la naturaleza, se
ha regido también por las leyes de ésta, las cuales han de ser perfectas y
justas, pero ¿Por qué el hombre, si es parte de esa justa y perfecta
naturaleza, no lo es él en esencia? Una precisa respuesta puede llegar a
nosotros en el sentido mismo de que al ser los humanos los únicos animales
racionales de la creación terrestre, le es conferida la capacidad de decisión,
es decir, el libre albedrio.
Al tener nosotros la capacidad única de poder razonar y por consiguiente
decidir, también tenemos la capacidad de transformar nuestro entorno y
satisfacernos de él, e incluso satisfacernos del débil o del oprimido mismo.
Pero alguien alguna vez observó detenidamente el comportamiento de los hombres
en sociedad, vio que era caótico y desentrañaba la furia, el caos, la
intranquilidad y preocupación; y se preguntó el por qué de ello y si el hombre
verdaderamente atendía a un “instinto razonado” en el que aprendía a vivir con
alguno igual que él, con mismas necesidades y anhelos. Fue así como comenzó el
proceso de entenderse a sí mismo el hombre, y que hasta nuestros días seguimos
siendo objeto de estudio de nuestra propia razón y métodos. Del devenir de la
razón y la filosofía, llegaron a nosotros grandes principios que nos permiten
conducirnos en el perfecto camino de la ética y la moral filosófica,
entendiendo a la primera – según Aristóteles- lo concerniente a los principios del bien y del mal; y, de “Filosofía
Práctica”, para la disciplina que dicta las reglas a que debe someterse la
conducta humana. Según
Aristóteles, la virtud es el objeto de la Ética, mientras que la moralidad lo
es de la Filosofía Práctica; por tanto entendemos que la ética
nos indica la benevolencia con que pretendemos manejarnos frente a los demás y
en nosotros mismos, mientras que la moral nos indica la exteriorización de esos
preceptos como conducción de nuestro actuar.
Así nacen pues, los grandes
principios que nos llaman a vivir y actuar conforme a la naturaleza, justa y
perfecta, que nos integrarán en la razón, en la ética y en la moral bajo el
pensamiento más puro y la acción más noble, derivados de los grandes sabios y
su visión constructora de la “perfección imperfecta” del ser humano a la que
seremos guiados por 12 principios fundamentales del hombre y para el hombre
mismo, definidos de la siguiente manera:
1. El Gran Arquitecto del Universo es la sabiduría eterna e inmutable; es la inteligencia suprema.
2. Le honrarás con la práctica de la virtud. Tu religión será la de hacer el bien por sólo el placer de hacerlo y no por deber. Serás amigo del sabio y observarás sus preceptos. Tu alma es inmortal; no harás nada que pueda degradarla. Combatirás el vicio sin descanso.
3. No hagas a los otros lo que no quieras que
ellos hicieran contigo. Resígnate con tu suerte y conservarás la luz de la
sabiduría.
4. Honra a tus parientes. Respeta a los viejos. Ilustra a la juventud. Protege a la infancia.
5. Ama a tu esposa y a tus hijos. Ama a tu patria y acata sus leyes.
6. Considera a tu amigo como si fuera otra hechura de ti mismo. Que el infortunio no te aleje de él. Haz por su memoria lo que harías por él si viviera.
7. Huye de las falsas amistades. Evita todo exceso. Teme y cuida de no manchar tu memoria.
8. No te dejes dominar por pasión alguna. Utiliza la de los otros. Sé indulgente con el error.
9. Escucha siempre. Habla poco. Y obra bien.
10. Olvida las injurias. Devuelve bien por mal. No abuses de tu fuerza, ni de tu superioridad.
11. Aprende a conocer a los hombres para aprender a conocerte a ti mismo.
12. Busca la verdad. Sé justo. Y huye de la ociosidad
Estos principios o mandamientos emanados de la razón virtuosa del hombre
y de la conciencia más pura, nos son dados como emolumentos por el simple hecho
de ser humano- racional y accionante- que nos mandan, nos invitan y nos
alientan a la perfectibilidad de nosotros mismos, a la condecoración natural de
superioridad, pero el día que lleguemos a alcanzar estos principios en su total
madurez y expresión, ese día quizá seamos llamados seres de luz y de verdad
absoluta, porque hemos dejado ya la materia que nos acogía y trascendimos de
una racionalidad moralizada a una libre y perfecta expresión de lo natural y lo
justo, y por tanto no habría ya necesidad de estos, pues habrían sido ya
superados y cumplido su misión reformadora.
Vicente Flores.
Vicente Flores.
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