Liberté, égalité et fraternité gritaban los republicanos y liberales en la Francia del siglo XVIII y
XIX que proclamaban una democracia y un derrocamiento al gobierno opresor;
coincide perfectamente con una de las etapas más importantes que la humanidad haya
contemplado, la Ilustración, de cuyos más grandes exponentes heredamos la luz
al desarrollo de la ciencia y la razón, dejando de lado los dogmas rígidos y
opresores del progreso.
Esta trilogía – libertad,
igualdad y fraternidad- si bien su origen es incierto parcialmente,
pues algunos lo atribuyen a Robespierre, pues es con él cuando oficialmente se
da a conocer esta trilogía de progreso, pero existe una versión más sobre quien
parece ser el verdadero autor de esta frase, siendo atribuida a Giuseppe Bálsamo
– Conde de Cagliostro – en un discurso pronunciado en una Logia de la rue
Pletière en el corazón parisino. Cualquiera que haya sido su origen, lo
importante es la trascendencia e interpretación en el más alto sentido
masónico, moral, idealista y progresista.
La Libertad, es sin duda alguna la capacidad más preciada de todo ser humano, y
quizá me atrevería a decir que de un ser vivo, aunque los contextos sean
distintos. La libertad es y ha sido definida como tantas veces ha sido posible
a lo largo de los trances filosóficos del ser humano, sucintamente podemos
definir a ésta como la capacidad del ser humano de actuar de acuerdo a su
voluntad, esa resistencia de avasallar y ser avasallado, es esa limitación tan
delgada y sutil que hace en el hombre una característica inherente a él, pues
solamente siendo libre es como el hombre mismo alcanza su desarrollo
intelectual y espiritual, fortuna misma de evolución, y es entonces cuando se convierte en una Libertad Responsable, convirtiéndose ahora en su más preciado tesoro de manera consciente y
convincente para el iniciado, pues ésta coexistirá respecto de la libertad de
los demás y de no verse vulnerada ni una ni otra, he pues cuando el
equilibrio del tejido social de convivencia sea placentero, pacífico y
progresista, tanto dentro como fuera.
Respecto de la
Igualdad, se convierte ésta en un requisito indispensable y
obligatorio de convivencia y apreciación entre sus adeptos, eliminando de entre
los hombres las distinciones profanas y superfluas, que no hacen sino sembrar la
envidia y el recelo, que son antónimos propiamente de la ética y moral que al estudio nos avoca y a la práctica nos alienta. La Igualdad es un bien
preciado para todo hombre pues se corresponde de él para con su prójimo a una
proporción de circunstancias en el equilibrio de reconocerse los mismos derechos y
oportunidades, ser tan digno el uno del otro para con Dios, para con
sus hermanos los hombres y para la sociedad en general. Es pues que un hombre atiende
los trabajos de la vida con las más nobles virtudes que lo decoran frente a su semejante y éste en
el mismo sentido de reciprocidad para con él, he aquí donde el plano de
igualdad existe per se.
La fórmula sigue su curso, tenemos los dos elementos
o sustancias que darán origen al último principio que compone esta trilogía, y
creo es un resultado de las dos anteriores en su conjunto, y hablo pues de la
Fraternidad, una característica del hombre ético y moral que obra de su naturaleza
humana y consciente para con su prójimo, especialmente para su círculo más próximo, convirtiéndose en el lazo de unión perfecto y esencial al compromiso construido
en los más altos valores. La Fraternidad constituye así una
tarea diaria para todo hombre, como se dice “lo que hacemos nos hace”, el fin
esencial de la vida del hombre en su andar terreno es la búsqueda de la verdad y no puede así, alcanzarse de manera aislada e individual, ya que el
conocimiento conjunto y compartido creará
el ambiente perfecto para la reciprocidad del apoyo ante las necesidades del hermano afligido y agobiado.
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